23 de octubre de 2022
Lecturas: Génesis 4:1–15. 2 Timoteo 4:6–8, 16–18. Lucas 18:9–17
En humilde arrepentimiento, la fe vive por la gracia y la misericordia y es exaltada por Dios en Cristo
Jesús cuenta una parábola “a algunos que confiaban en sí mismos como justos” (Lucas 18:9). En esta parábola, el fariseo se jactaba injustamente ante Dios sobre la base de sus propios méritos, mientras que el recaudador de impuestos oraba intensamente: “¡Dios, ten misericordia de mí, pecador!” (Lucas 18:13).
Ese pobre y miserable pecador confió en Cristo, y “bajó a su casa justificado antes que el otro” (Lucas 18:14). De la misma manera, los niños pequeños, “incluso los infantes”, vienen a Jesús con su necesidad, y ellos “reciben el reino de Dios” a través de la fe (Lucas 18:15–17). Porque “el que se humilla será enaltecido”, pero “todo el que se enaltece será humillado” (Lc 18,14).
Es por eso que “Jehová tuvo en cuenta a Abel y su ofrenda, pero no tuvo en cuenta a Caín y su ofrenda” (Gén. 4:4-5). La vida de San Pablo, “derramada como libación”, fue otro sacrificio como el de Abel (2 Timoteo 4:6). El Señor apoyó a Pablo y lo fortaleció, para que “la predicación sea completa” (2 Timoteo 4:17). Es por ese mensaje evangélico de Cristo que “hemos amado su venida” y como pecadores arrepentidos oramos al “Señor, el juez justo” por fe (2 Timoteo 6:8).
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