22 de septiembre de 2024.
Lecturas: Jeremías 11:18–20. Santiago 3:13—4:10. Marcos 9:30–37
Nuestro Padre cuida de sus hijos con el Evangelio de su Hijo
El corazón pecador está lleno de “celos amargos y ambición egoísta” (Santiago 3:14), lo que causa hostilidad, peleas y conflictos, incluso entre los que son miembros del Cuerpo de Cristo. ¡Esto no debería ser así! Más bien, Dios “se opone a los soberbios” con Su Ley, para humillarlos hasta el arrepentimiento; Él “da gracia a los humildes”, para exaltarlos con Su Evangelio de perdón (Santiago 4:6–10).
Esta verdadera “sabiduría de lo alto” se encuentra en la mansedumbre, misericordia y paz de nuestro Señor Jesucristo, quien se humilló y se sacrificó por la salvación de los pecadores (Santiago 3:17). Él fue “como un manso cordero llevado al matadero”, encomendándose a Dios, su Padre, “que juzga con justicia, que prueba los corazones y las mentes” (Jeremías 11:19-20).
Por eso, “después de tres días”, su Padre lo exaltó al resucitarlo de entre los muertos (Marcos 9:31). En el Santo Bautismo, Él toma a discípulos de todas las edades en sus brazos como niños pequeños. Al recibirlo mediante el arrepentimiento y la fe en su perdón de los pecados, reciben de su Padre una participación en la gloria de su cruz y resurrección (Marcos 9:36-37).

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