27 de octubre de 2024.
Lecturas: Jeremías 31:7–9. Hebreos 7:23–28. Marcos 10:46–52
El Señor, Jesucristo, nos abre los ojos a Dios y nos lleva a su presencia
“Él puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios”, porque es el gran Sumo Sacerdote, que se ofreció a sí mismo “una vez para siempre” como sacrificio por los pecados. Puesto que resucitó de entre los muertos y fue “exaltado sobre los cielos”, “tiene su sacerdocio inmutable, porque permanece para siempre” y “vive siempre para interceder” por su pueblo (Heb. 7:24-27).
Junto con eso, reúne a los hijos de Dios en torno a sí mediante la proclamación de su Evangelio, incluso “desde los confines de la tierra”. En su misericordia los llama, junto a las aguas del Santo Bautismo, “a un camino recto en el que no tropezarán”, a la vida eterna (Jer. 31:8-9).

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