17 de noviembre de 2024.
Lecturas: Daniel 12:1–3. Hebreos 10:11–25. Marcos 13:1–13
El cuerpo crucificado y resucitado de Cristo Jesús es el verdadero templo de Dios
A pesar de sus “piedras maravillosas” y “grandes edificios”, el templo de Jerusalén sería demolido, sin dejar piedra sobre piedra, tal como llegará a su fin este mundo presente y sus reinos (Marcos 13:1–8).
Pero ese templo apuntaba más allá de sí mismo a Cristo, a su sacrificio en la cruz y a la resurrección de su cuerpo como el verdadero templo de Dios. En medio del pecado y la muerte, mediante la proclamación del Evangelio, Él ahora reúne a los discípulos en su cuerpo, en el que “el que persevere hasta el fin, ése será salvo” (Marcos 13:10–13).
Porque Él es “un gran sacerdote sobre la casa de Dios”, que “no se acordará más de sus pecados y de sus iniquidades”. Por el agua pura de Su bautismo, “se acercan con corazón sincero, en plena certidumbre de fe”, y por Su carne y Su sangre, entran en el Lugar Santísimo (Hebreos 10:17-22).
Así es librado Su pueblo, “todo aquel cuyo nombre se halle escrito en el libro”. Porque por la sabiduría de Su Evangelio, Él “convierte a muchos a la justicia”, de modo que “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados” a la vida eterna (Daniel 12:1-3).

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