29 de diciembre de 2024.
Lecturas: Éxodo 13:1–3a, 11–15. Colosenses 3:12–17. Lucas 2:22–40
El Hijo primogénito de Dios es nuestra redención del pecado y la muerte.
Cuando el Señor destruyó a los hijos primogénitos de Egipto, perdonó a los hijos de Israel al proporcionarles un cordero en su lugar. Por tanto, todos los hijos primogénitos le pertenecen. Todo animal macho primogénito era sacrificado, y todo primogénito del hombre era redimido (Éxodo 13:12-13).
Por lo tanto, los padres de Jesús “lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor” (Lucas 2:22). Sin embargo, Él no es redimido del servicio sacerdotal sino consagrado para “la redención de Jerusalén” y “la consolación de Israel” (Lucas 2:25, 38).
Porque Dios Padre no perdonó a su Hijo unigénito, sino que lo ofreció como verdadero Cordero Pascual, para redimir a su pueblo de la esclavitud. Su cruz ha hecho que muchos tropiecen y caigan, pero Su sangre expió los pecados del mundo y nos libra de la muerte. Partimos ahora en la paz de Cristo porque también hemos resucitado con Él. Al recibir Su cuerpo y Su sangre, nos unimos a Simeón y Ana para “dar gracias a Dios Padre por medio de él”, “cantar salmos, himnos y cánticos espirituales”, incluido el Nunc Dimittis, con agradecimiento en nuestros corazones (Lucas 2:28). –32, 38; Col. 3:15–17).

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