25 de diciembre de 2024
Lecturas: Isaías 52:7–10. Hebreos 1:1–6 (7–12). Juan 1:1–14 (15–18)
La Palabra de Dios viva y dadora de vida habita entre nosotros en carne.
El Señor envía a Sus ministros del Evangelio a hacer discípulos “de todas las naciones”, para que “todos los confines de la tierra vean la salvación de nuestro Dios”. Porque el Señor ha “desnudado su santo brazo” en el Cristo encarnado (Is. 52:7, 10).
El Niño en el pesebre, nacido de la Virgen María, es el Verbo mismo de Dios, el Hijo unigénito del Padre, “a quien constituyó heredero de todo, por quien también creó el mundo” (Heb. 1: 2). Así como “todas las cosas fueron hechas por él” (Juan 1:3), así todas las cosas son redimidas y hechas nuevas en él.
En Su cuerpo de carne y sangre, contemplamos “el resplandor de la gloria de Dios” (Heb. 1:3), “gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). . Él habita entre nosotros en paz para que podamos tener vida, luz y salvación en Él. Porque por Su Palabra del Evangelio, nacemos de nuevo como hijos de Dios, llevando Su nombre y compartiendo Su vida eterna.

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