31 de diciembre de 2024.
Lecturas: Isaías 30: (8–14) 15–17. Romanos 8:31b–39. Lucas 12:35–40.
Nuestros tiempos están en sus manos.
La Iglesia y el mundo están despiertos, pero por motivos muy diferentes. El mundo cuenta atrás hasta la medianoche; la Iglesia espera ansiosamente a su Maestro que “viene a la hora” que “no esperamos” (Lucas 12:40). Para muchos, el cambio de año trae consigo arrepentimientos, temores y deseos desesperados de mejorar. El mundo se deleita en conversaciones suaves y en ilusiones de prosperidad a cualquier precio (Isaías 30:9-10).
Ya se ha olvidado del “Santo de Israel” nacido seis días antes (Is. 30:11). La Iglesia termina el año calendario de manera diferente. “En el regreso y en el descanso… en quietud y en confianza”, es decir, en el arrepentimiento y la fe, porque el Santo nos salva, y Él es nuestra fortaleza (Is. 30:15). Nuestros tiempos están en sus manos (Sal. 31:15), las manos del Hijo de María: Dios no sólo con nosotros, sino para nosotros (Mat. 1:23).
Entonces, ¿quién podría estar contra nosotros? Si Dios ha dado a su Hijo, “¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:31–32). La Iglesia se viste para la acción no con miedo, sino con esperanza; Cristo viene a servirla con Sus dones (Lucas 12:37). ¿Quién está ahí para condenarnos por el año que pasa? ¡Cristo ha muerto, ha resucitado e intercede por nosotros! ¿Qué angustia traerá el nuevo año? ¡Nada puede “separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 8:34–39)!





